Lo que me ha funcionado para impartir clases en línea

Por: Guso | @cronicadeguso

Me gusta mucho ser profesor. Disfruto de compartir conocimientos con mis alumnos, de hablar con ellos y escucharlos, de estar en una constante búsqueda de nueva información para llevar al salón. Y, aunque pueda sonar soberbio, resulta que soy bueno para el papel, según lo veo en las participaciones de mis estudiantes y en las evaluaciones que me entregan al final de cada semestre. Así que yo era muy feliz con mi práctica docente… hasta que llegó la pandemia y mis clases en línea valieron madre: me enredaba en soliloquios que no llegaban a ninguna parte, temas que antes veía en dos o tres sesiones se me agotaban en media hora y de pronto tenía que preguntar si sí había alguien ahí escuchando.

Al mudarnos a las clases en línea, cometí el error que muchos otros están cometiendo en muchos ámbitos: seguir haciendo lo mismo que antes, pero frente a una camarita. Vemos el extremo de esta necedad en esos casos donde los niños hasta el uniforme deben ponerse para sentarse frente a la computadora, como forzando la realidad, pretendiendo que todo está como antes, que no pasa nada.

Fue cuando comprendí que las cosas ya no son iguales que replanteé toda mi estrategia docente, quitándome la idea de “adaptar el curso” para mejor diseñar un curso que funcione en la mentada nueva normalidad. Estos son algunos de los aspectos generales que me han funcionado.

¡Presente!

Pasar lista por medio de la plataforma puede ser un proceso engorroso, tedioso. De hecho sería más sencillo simplemente tomarle una captura de pantalla a la lista de participantes de la sesión y listo. Así pensaba y así lo hice el semestre pasado. Pero ahora le paso lista a mis alumnos uno por uno.

Al inicio de cada sesión anuncio que se tomará lista y les digo si lo haré del principio al final del listado o al revés. Esto es importante para que cada estudiante sepa cuando su turno se aproxima y aliste el micrófono.

Pasando lista saludo a los muchachos y les pregunto cómo están. Además, me aseguro de que tengan sus cámaras encendidas y que estén en una ubicación adecuada para la clase. “Préndele por favor, Alicia”. “Ahí echadote no puedes pensar bien, Raúl, levántate”.

Los cinco minutos que me toma pasar lista son también aprovechados para que todo mundo se acomode, que cada quien termine de ajustar su espacio y equipo o que vayan por su café o su desayuno.

Luces, cámaras, acción

Cámaras encendidas y alumnos a cuadro. Siempre. Impartir cátedra desde casa y frente a la computadora hace que nos olvidemos de nuestra audiencia y nos soltemos a la deriva de un discurso que nadie está escuchando. Al tenerlos en la pantalla, podemos ver si los alumnos están atendiendo o si ya se están aburriendo y es mejor hacer una pausa.

Si alguno necesita levantarse o apagar la cámara unos momentos, les pido que avisen en el chat de la sesión. “Profe, voy al baño, ahí vengo luego luego” y “Profe, voy a ponerle el Zoom a mi papá” son los motivos más recurrentes.

Turnos para hablar

Los cursos que imparto se prestan para que los alumnos participen espontáneamente, cosa que se perdió cuando nos fuimos a las clases en línea. Tomar la palabra es una lata: hay que activar el micrófono e intentar interrumpir en un buen momento, que no siempre es fácil de atrapar porque la comunicación puede tener desfase. Así que ya nadie decía nada y por eso mis temas se agotaban en la mitad del tiempo estipulado.

Ahora mantengo un cronómetro en el escritorio y cada diez minutos me detengo para que los alumnos hablen. Al iniciar cada sesión les recuerdo que pueden tomar la palabra cuando lo deseen, pero que si les resulta incómodo, cuenten con que en unos minutos tendrán un buen espacio para explayarse. Y, ¿qué creen? Sí usan su turno para hablar. Mucho.

Un toque de incertidumbre

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Además de las poquísimas intervenciones espontáneas y de las pausas para comentarios, mantengo a mis estudiantes participando haciéndoles preguntas durante la clase. Los tengo a todos visibles en forma de galería y me voy preguntándoles en orden: así me aseguro de que todos participan el mismo número de veces y, como ellos no saben en qué orden los veo, se mantienen atentos para que no les caiga la pregunta cuando están en la baba y sin saber de qué estamos hablando.

Ceder el protagonismo

Me gusta mucho hablar y ser profesor es una estupenda oportunidad para soltarme diciendo cosas frente a un público que forzosamente debe escucharme. Pero ya me quedó claro que en tiempos de educación en línea estar nada más escuchando a un tipo es triplemente tedioso. Así que ahora hablo menos.

Ahí tenemos toda la Internet, ¿no? Si vamos a revisar un tema muy concreto, en vez de explicarlo yo les pido que vayan a buscar la información. Por ejemplo, les di 15 minutos para investigar cuáles son los cinco axiomas de la comunicación humana propuestos por Paul Watzlawick y sus colaboradores. No hay pierde. Fueron y revisaron Wikipedia, infografías, videos en YouTube y hasta tiktoks y luego los compartimos y comentamos.

Nos vemos en 10 minutos

A pesar de que se recomienda hacerlo en clases de más de una hora de duración, la verdad es que no suelo cortar a la mitad para tomar un receso. Las materias que imparto se prestan para que sean los alumnos quienes usan la palabra más de la tercera parte del tiempo, por lo que no lo veía necesario. Pero en línea es otra cosa. Siempre a la mitad me detengo y doy un receso de 10 minutos. “Voy a apagar mi cámara y micrófono, pero aquí estoy si alguien quiere ver algo. Nos vemos en 10 minutos”. Les insisto en que aprovechen para levantarse y, de ser posible, salir a tomar aire o al menos dar likes en Instagram en el exterior.

En esta modalidad, un receso de 10 minutos no es tiempo perdido: sin él, en realidad nadie estará atendiendo de todos modos.

Saludos a casita

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No estamos en el salón y las casas no son salones. Es obvio. Pero nos aferramos a que todos actuemos como si lo fueran. Yo prefiero incorporar los nuevos escenarios a la clase, manteniendo así el dinamismo y la atención de todos.

¿Pasó un perrito por atrás de Laura? ”¡Laura! A ver tu perrito” y entonces Laura trae al Rocky y nos lo enseña a todos. ”Oye, Mau, qué interesante pintura ahí atrás de ti, ¿qué es?” y entonces Mau nos cuenta que su mamá pinta y que es una de sus piezas. Imparto seis horas de clase a la semana desde mi casa y obviamente mis hijos de cuatro años interrumpen varias veces. En vez de mortificarme por callarlos o echarlos de la sala, les pido que se asomen a saludar a mis alumnos.

Estas interrupciones quitan tiempo a la clase, sí, pero sin duda aumentan muchísimo el nivel de involucramiento de los estudiantes.

La nueva anormalidad

Entiendo que no todas las situaciones son iguales y que seguramente lo que a mí me ha funcionado podría ser inútil o hasta contraproducente, quizá con niños pequeños, grupos muy grandes o con otros tipos de materias. Lo único que sostengo que debe aplicarse en todos los casos es repensar la manera de dar clases y dejar de fingir que todo va a hacerse igual pero frente a la cámara. Suerte, colegas.