¿Hay vida en las redes sociales?

Por: Guso Macedo Pérez

Twitter cambió mi vida. Siempre cuento la historia de cómo, a partir de que comencé a tuitear, mi vida profesional y personal tomaron un nuevo camino. Claramente mi caso es excepcional y dudo que Twitter, Facebook y demás redes sociales marquen un antes y un después tan preciso en las personas, pero es innegable que sí han cambiado nuestras vidas. Las de todos. Las vidas de quienes las usamos y de quienes no.

“¿Qué pasó, Guso? No me invitaste a tu fiesta”, me dijo César en cuando nos encontramos en la barra del bar. “Pues puse el evento en Facebook”, respondí. César es de esos personajes que no tienen un perfil en Facebook y que presumen de no tenerlo, como si resistirse a caer en donde todos estamos le confiriera alguna superioridad intelectual o qué sé yo. Las redes sociales no son una dimensión paralela a nuestro mundo ni mucho menos un sustituto de nuestros círculos sociales: son extensiones artificiales –pero muy funcionales– de nuestra vida. En ellas nos encontramos, conversamos y compartimos. Ya ni siquiera preguntamos a alguien que recién conocimos si tiene Facebook, simplemente lo buscamos o (no es magia) la propia plataforma nos la sugiere como contacto a pocos minutos de habernos despedido. “No, pues ni modo que me ponga a invitarte por fax. Lo siento, pero acá es donde estamos reunidos y nos ponemos de acuerdo, está medio complicado estarse acordando que tenemos que hacerte una invitación aparte”, le dije a César, más como disculpa que como regaño.

La lluvia es eso que pone más juntos a los que están juntos, más lejos a los que están lejos y más solos a los que están solos, tuiteó @fragmentario en 2011. Mitad en broma y tres cuartos en serio, varié el tuit y publiqué La Internet es eso que pone más juntos a los que están lejos, más lejos a los que están juntos y más solos a los que están solos. Más de una vez, en algún café, nos hemos encontrado con el pedante cartelito de “No tenemos WiFi, platiquen entre ustedes”. Cada que lo veo pienso “Tengo 4G, idiotas”. Ya no estamos limitados a convivir con quienes nos rodean, sino que podemos mantenernos en conversaciones con personas afines a lo largo del día estén donde estén nuestros interlocutores. Hablamos menos con quienes nos toca estar y más con quienes nos gustaría estar. No veo que esto sea necesariamente malo.

Otro tuit que describe brutalmente cómo son nuestras vidas con redes sociales –y que no encuentro el original que traduje al español– dice: Todos son bellos en Instagram. Todos son felices en Facebook. Todos tienen la razón en Twitter. Vivimos ávidos de compartir, escudriñando nuestro día a día para encontrar ese bello momento Instagram, ese feliz momento Facebook o ese astuto momento Twitter. Compartimos en redes sociales por el mismo motivo que compartimos en este otro lado de la pantalla que llamamos “vida real”: para ser aceptados. No hay forma de refutar esto. Cada foto, cada comentario e incluso cada “Me gusta” dejado en redes sociales busca empatizarnos con algún grupo o sector. Si no fuera así, esas fotos y reacciones no estarían publicados, sino guardadas en alguna carpeta privada. Igualmente, esperamos que otros nos digan “Te veo, sé que estás ahí”. Cada corazoncito recibido estimula nuestro cerebro del mismo modo que lo hacen situaciones que nos provocan placer o nos hacen sentir recompensados como la comida, una palmada en la espalda, el sexo y el dinero.

Nadie vive en las redes sociales. Vivimos con las redes sociales y vivir con ellas no significa vivir menos. Expandimos nuestros puntos de encuentro y nuestras charlas se dan en dimensiones donde no importan la ubicación o el tiempo. Esta es nuestra realidad. Ya cada quien decide si le gusta, le encanta, le divierte, le asombra, le entristece o le enoja.

Nadie vive en las redes sociales. Vivimos con las redes sociales y vivir con ellas no significa vivir menos.

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Este texto apareció originalmente en el número 2 de la revista Desértica, junio de 2017.

Guso Macedo Pérez